Por más que queramos hacerlo los chihuahuenses, es muy difícil ver a nuestro Estado como un centro cultural importante. Y esto no se debe a falta de artistas, talento o presupuesto (que también escasean) sino a factores con los que es imposible luchar, tales como la falta de infraestructura cultural, ya sea que históricamente no exista o que haya sido remodelada y con esto pierda su valor, y la —irónicamente— cultura de nuestra región, me explico: nuestro estado no está hecho para el arte.
Y no se me empiece a ofender con lo anterior, querido romántico empedernido, porque no es más que la verdad. Léalo bien: Chihuahua no está hecho para el arte. Su gente lo podrá apreciar, podremos tener verdaderos artistas que lo expongan y gente con un nivel de cultura general impresionante, y sin embargo el noventa por ciento de la población seguirá sin asistir a los eventos artísticos que se presentan en esta amada urbe.
No me malentienda: yo quiero mucho a Chihuahua. Pero tampoco es posible cerrarse como creador artístico a una realidad que cada día nos golpea más y más duro, a quienes pretendemos incorporarnos a la lucha por una sociedad que aprecie nuestra forma de vivir. Por supuesto que se seguirá trabajando en pro de que las cosas mejoren, pero desde una perspectiva que no roce en lo ilusorio.
¿Y cómo pretendemos encontrar en nuestro Estado vestigios de cultura, si el propio Gobernador —con todo el respeto que me merece— no entiende que es un delito al patrimonio histórico mover monumentos o hacer remodelaciones en estructuras con siglos de antigüedad? ¿Cómo pretenderlo si no hubo ningún secretario de cultura (o cualquier persona del departamento) que le dijera: “No la chingue, Gober, es patrimonio del Estado que usted gobierna”? ¿Cómo cuando el INAH es una dependencia ficticia que no tiene reguladas las condiciones de reconstrucción del centro histórico? Porque sí, amigo lector de otras latitudes, aquí andamos reconstruyendo nuestro patrimonio.
Y claro, ¿cómo pensar en una creación artística arriesgada, fuera de los parámetros comunes y en búsqueda de mostrar algo más allá de lo que se ve todos los días, si nuestros apoyos culturales sólo llegan si el proyecto dice —como mínimo— la palabra “rarámuri” doscientas veces. Porque la acción del artista chihuahuense no está en la ciudad, no, es en cualquier lugar de la Sierra Tarahumara que tenga un nombre con la terminación “chí”. Y si por casualidad usted es encomendado a las grandes urbes (Chihuahua y Juárez) terminará mostrando su proyecto a un aproximado de trecientas personas entre las que se encuentra, por supuesto, su santa madre y toda su familia.
Pero no piense que me he olvidado de aquellos que no pertenecemos a las grandes estratósferas de la comunidad artística Chihuahuense, también acá abajo, donde el artista dice que crea —y muchas veces nomás lo dice— se ve un real desinterés porque las cosas cambien. Claro que es muy fácil decir: ¡Maldito FONCA, maldito ICM y maldito ICHICULT! Pero poco se hace para que esta situación se transforme; ya que se siguen aceptando propuestas dóciles y de fácil digestión, pues con tal de ganar un apoyo por tres meses el creador artístico está dispuesto a pintar el Cerro de la Cruz dos mil veces.
Sumado a esto vemos un sector totalmente descompensado en cuanto a creador y valoradores. Es decir, efectivamente tenemos muchos teatristas (de todas tallas y capacidades) pero no existe un verdadero grupo de críticos que se dediquen a valorar el trabajo dramático fuera de las aulas de Bellas Artes. Hay muchos —y excelentes, debo decir— artistas plásticos, pero no tenemos curadores que realmente puedan determinar la trascendencia (o intrascendencia) de estos trabajos. Y dígame usted, ¿en dónde lee las críticas a la literatura antes de ir a por un libro? ¿Ha leído más de diez de un crítico chihuahuense a un escritor oriundo del mismo lugar? Yo lo dudo mucho.
Podríamos seguir con más ejemplos pero nos llevaría al mismo rubro: Al de enterarnos que nuestra cultura —que es muy rica, por cierto— corresponde más a una que recuerda con nostalgia el paso de Pancho Villa por acá, que come carne asada los domingos, que escucha el beisbol por el radio y que sueña con estar a la par de la ciudad de El Paso, Texas.
No es un reproche, es una realidad. Mientras prevalezcan estas condiciones en todos los ámbitos no se podrá hacer mucho. Sin embargo, mientras aceptemos que para que nuestra amada ciudad sea reconocida como un punto artístico importante van a pasar muchos, pero muchos años; estaremos más tranquilos, ilusionándonos un poco menos yquizás, sólo quizás, siguiendo en la lucha que representa hacer arte donde simplemente no cabe.
Con esta columna despedimos la temporada deOpinión/Controversia/Intrascendencia. Agradeciendo su lectura, mi amable amiga o amigo y suplicándole que continúe en la lucha que conlleva la queja reflexiva y argumentada. Nos leeremos la próxima vez que se abra este telón de revistero… digital.
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