Claro que te he visto y he visto tus ojos azules grandes. Cuando le cortaste a mamá las trompas de Falopio y los ovarios sin preguntar y sin responder.
Te he visto.
Cuando me acercaba a la esquina del barrio y esos dos hombres me miraban con calaveras en los ojos y respiración de buey enojado. Por supuesto que te he visto.
Cuando llegué al hospital sin color, sin equilibrio y en espasmos, sin dinero y sin seguro y te paraste en la esquina del cuarto a llenarme de esa angustia que viene con el olor a alcohol de cuarto de hospital viejo. Por supuesto que te he visto.
Y te he visto rondar a mis amigos y escoger sin razones los más jóvenes, llenándolos de verrugas y olores, mientras sudaban líquidos imposibles.
Yo te he visto muerte. Te he visto bailando dentro de mis ojos, cuando mis manos y mi fuerza le pegaban a una mujer tramposa vestida igual que tu de dolor y desencanto.
Yo te he visto muerte, claro que yo te he visto, te he visto vestida de protección innecesaria justificando tu baile de tanques de guerra y bombas caídas en la cabeza de una pescadora de sueños en Vieques.
Yo te he visto. Paseando por las calles de todos mis barrios en uniforme y macana. Te he visto.
Escudriñarte en mi sangre en mi boca y en mi mente, arrebatando la posibilidad del recurso propio y la mirada valiente.
Claro que yo te he visto, te he visto con estos ojos privilegiados y llorosos, acechándote abiertos, buscándote en lo oscuro y pendientes de tus pasos.
Te he visto. Te he visto y te he sentido. Cerca...muy cerca, tan cerca como el roce del viento, en cualquier momento del día.
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