Se trata del fruto de la pasión coleccionista de dos ricos industriales de aquel país, Seguéi Shchukin e Ivan Morosov, que demostraron un certero instinto para descubrir casi antes que nadie el valor extraordinario de pintores como Matisse, Picasso, Van Gogh o Gauguin.
Shchukin era un comerciante textil que hizo una fortuna comprando ropa muy barata durante la revolución de 1905 y vendiéndola luego mucho más cara al volver la estabilidad al país, mientras que Morosov se enriqueció gracias a una planta dedicada a la tintura de textiles durante la guerra ruso-japonesa.
Shchukin, al que se describe como el más osado en sus gustos de los dos, compró -y en muchos casos encargó directamente al pintor- casi toda la obra de Matisse entre 1904 y 1914.
Además, fue prácticamente el único cliente que tenía el famoso marchante Daniel Kahnweiler para los cuadros del período cubista de Picasso.
Para 1914, cuando debido al estallido de la Primera Guerra Mundial tuvo que dejar de comprar arte en la capital francesa, de la que era un visitante regular, el industrial ruso había logrado reunir la mayor colección pública o privada de arte francés contemporáneo.
Incluía la colección 37 obras de Matisse, 16 de Derain, otras tantas de Gauguin, cuatro de Van Gogh, ocho de Cézanne y nada menos que medio centenar de picassos.
Morosov conoció a su vez a Matisse gracias a Shchukin, aunque su artista favorito era Cézanne, del que compró también varias obras maestras a través del conocido marchante Ambroise Vollard. Su colección, integrada por casi tres centenares de piezas, incluía obras de Monet, Bonnard y Gauguin además de pintores rusos de vanguardia.
La historia de sus colecciones resulta apasionante: confiscadas por el Estado, obras hoy famosas como "La danza", de Matisse, fueron enviadas a Siberia, donde permanecieron almacenadas durante la Segunda Guerra Mundial y sólo se salvaron de milagro.
Se cuenta que en 1948 Stalin, que había heredado la mayor colección de arte moderno del mundo, confiscada a sus propietarios, pidió consejo al mariscal Voroshilov, miembro del Politburó, sobre qué hacer con aquellos cuadros.
El militar, encargado por el dictador de hacer una purga en la cultura soviética después de la guerra, pidió que le mostrasen aquellas obras y, al ver las figuras femeninas desnudas de "La danza", de Matisse, bailando en corro sobre un fondo azul y verde, simplemente soltó una sonora carcajada.
En los primeros años de la revolución rusa las colecciones de ambos industriales habían sido exhibidas juntas en la gran mansión de Morosov, rebautizada como el Museo Estatal de Arte Moderno de Occidente, que pudo visitar en 1927 el historiador del arte norteamericano Alfred Barr, un año antes de que fundase el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
En aquellos primeros años revolucionarios, las obras iconoclastas de Matisse y Picasso tuvieron un gran impacto sobre los artistas de la vanguardia rusa como Kasimir Malevich, Vladimir Tatlin, Natalia Goncharova o Wassily Kandinsky.
Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, las alrededor de 600 obras reunidas por Shchukin y Morosov fueron trasladadas a Novosibirsk y, una vez terminado el conflicto, Stalin ordenó la disolución del museo.
Su contenido se repartió entre los depósitos del museo Pushkin, de Moscú, y el Ermitage, de San Petersburgo, sin que se exhibiese al público ni a los historiadores del arte hasta prácticamente la llegada de la perestroika de Mijail Gorbachov.
El viaje de esas obras maestras a Londres ha estado precedido de arduas negociaciones destinadas a evitar una eventual confiscación en el caso de que alguno de los herederos de los industriales los reclamase, aunque el propio Shchukin, que falleció en París en 1936, dijo que había creado su colección para el pueblo ruso.
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