O refundan el Museo Nacional de Culturas Populares (MNCP) o corre el riesgo de convertirse en un tianguis. A 25 años de su apertura, este espacio diseñado por el antropólogo mexicano Guillermo Bonfil Batalla (1935-1991) enfrenta un momento crucial en el que, aseguran los especialistas, debe ser objeto de una profunda reflexión que lo lleve a determinar su papel en el siglo XXI.
Los problemas de este museo enclavado en el corazón de Coyoacán son varios. Según el museógrafo e historiador Marco Barrera Bassols, las recientes administraciones abandonaron la labor de investigación, documentación y difusión de las manifestaciones de la cultura popular, para convertirlo en un espacio exhibidor de artesanías.
“Se transformó en un tianguis errático que de pronto se parece al de El Chopo o a los viejos mercados de San Cristóbal de las Casas. Perdió orientación porque perdió la capacidad de reflexionar”, señaló Barrera Bassols, quien de 1995 a 1998 fue subdirector de Investigación y Museografía.
Guillermo Bonfil Batalla imaginó al MNCP como un espacio en donde se reconociera la creatividad e iniciativas culturales de los sectores populares con el fin de rescatarlas, estimularlas y darlas a conocer como parte fundamental de nuestro patrimonio. Un museo en el que se fomentara la participación de los creadores de estas expresiones, que vienen de todos los rincones del país.
El antropólogo inauguró el museo el 24 de septiembre de 1982 con una exposición que se convirtió en un hito: El maíz, fundamento de la cultura popular mexicana. Maya Lorena Pérez Ruiz, investigadora de la Dirección de Etnología y Antropología Social (DEAS) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), dice que el Museo Nacional de Culturas Populares marcó la consolidación de la nueva museología mexicana de corte participativo.
“Se caracterizaba por sustentar sus acciones en una visión integral de la cultura y del patrimonio cultural; por tener como paradigma la participación social; así como por asumir un compromiso político en favor de los sectores subordinados en el país, es decir, a los grupos con culturas e identidades diferentes a la hegemónica”. Pérez Ruiz, quien además es autora del libro El sentido de las cosas. La cultura popular en los museos contemporáneos, considera que hay serias diferencias entre el proyecto que planteó Bonfil y lo que ha sucedido en el museo en los últimos años.
“Se ha debilitado el sentido contestatario y antihegemónico, tanto en el contenido de sus exposiciones y eventos como en su política cultural. Ha perdido fuerza como espacio de discusión sobre cuestiones culturales relevantes, y sobre todo, para orientar las políticas culturales; existe cierta tendencia a privilegiar los bienes y expresiones culturales sobre los creadores de éstos, lo cual significa que se ha diluido la discusión sobre la necesidad de este museo de no cosificar las culturas ni los objetos, y de poner como centro de las acciones culturales a los sujetos creadores de la cultura”, precisa.
La antropóloga Lucina Jiménez recuerda algunas charlas con Bonfil Batalla en las que él insistía en reconocer que la cultura popular no terminaba donde comienzan las banquetas y que la cultura urbana también tenía que ser valorada desde las políticas públicas. “La idea era que el MNCP fuese un lugar vivo, de encuentro y caja de resonancia de los procesos culturales de los grupos populares, no un sitio de muestra de productos culturales o artesanales. La meta era promover una visión contextualizada y problematizada de cada tema explorado.
“Cada exposición entrañaba una amplia investigación museográfica y una documentación que además de producir exposiciones en el recinto, se convertían en muestras itinerantes que viajaban a los estados. También había música, fotos, vestuario; pero la idea no era hacer una colección de exposiciones para ser guardadas en una bodega, sino más bien hacerlas viajar luego de desmontarlas”, señala Jiménez.
Varias exposiciones hicieron historia en el MNCP no sólo por su innovadora visión, sino por el enfoque abierto a la comprensión y reconocimiento de los procesos culturales. Entre ellas se encuentran Obreros somos, expresiones de la cultura obrera; La vida en un lance: los pescadores de México; El maguey, el árbol de las maravillas; La vida en un sorbo. El café en México, y Al son que me bailes, toco: senderos de la música popular mexicana, en las cuales se invertían hasta un año de investigación.
Según Lucina Jiménez, el proyecto se fue desdibujando no sólo por cuestiones de gestión pública o administrativa, sino porque la discusión misma en torno de las culturas populares cambió con la entrada de la globalización. La producción teórica se quedó en la academia y no entró en la política pública.
Con esta visión coincide Maya Lorena Pérez Ruiz, pues dice que la actual situación del museo sería incomprensible sin el contexto social, político y económico del país, y de las políticas culturales (o su ausencia) en los regímenes de las últimas décadas. “Si bien en México hay un buen número de acciones de apoyo a las culturas populares, éstas tienden a folclorizarlas y pulir sus aristas antihegemónicas y contestatarias”.
Otra de las debilidades del museo —indica el historiador— es que no tiene un consejo académico y por lo tanto queda en manos del director en turno y su equipo el tomar una serie de decisiones sobre el rumbo y futuro del museo.
“La ausencia de un consejo académico debilita a un museo. Con la idea de que debemos hacer que las instituciones funcionen y que tienen que buscar recursos a como dé lugar, se confunde algo: se crean consejos que no académicos, sino de los que llevan el dinero, y ellos son los que toman decisiones”.
Hoy, el MNCP se encuentra en un proceso de restauración, mismo que, desean los investigadores, sea más que una “manita de gato” a las instalaciones y se convierta en la oportunidad para refundar este espacio retomando los conceptos que Bonfil Batalla planteó.
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