Popularmente se imagina a la cultura como un huevo o, más bien, como al cascarón del huevo que protege a su contenido. Sin embargo, aunque algunos insectos y el aire mismo no pueden violar al cascarón, otros agentes pueden destruirlo y gozar de su contenido. Las culturas son fuertes pero frágiles.
Más cerca de la apariencia de la cultura, la gente la imagina como al oxígeno (nada más cercano a la idea de Dios), que no se puede ver, ni tocar, ni oler, ni degustar, pero sabemos que está allí porque podemos respirar, si desapareciera de pronto, tendríamos un brevísimo tiempo para darnos cuenta de su ausencia antes de morir.
¿Pero es la cultura tan necesaria como el oxígeno? ¿No es la cultura una atmósfera prescindible, intercambiable?
Lo que más produce Michoacán son migrantes. El migrante (y cada vez más mujeres migrantes también) es una persona que sueña permanentemente con el “sueño americano”, quiere dólares y, con ellos, todo lo que en Gringolandia se puede comprar. No sueña con ir al país del dólar para desarrollarse como persona, para adquirir conocimientos, para ser mejor. Tan sólo quiere dólares a costa de lo que sea.
Cuando logra cumplir con su sueño, regresa a su terruño como conquistador, con una “troka” gigantesca, ropa, zapatos y utensilios gabachos que le darán un nuevo estatus en su comunidad. La troje o la casita de adobe ya no satisfacen su nueva imagen y las tira para construir una casa “de material”, algo digno del “sueño americano” y no de las antiguas y obsoletas formas de vivir en el México ancestral.
Esa destrucción de su propia cultura para instalar fórmulas ajenas de vida demuestran cómo la cultura es frágil. Una vez que ha construido su nueva casa, se da cuenta de que es fría y prácticamente inhabitable, entonces saldrá a tomar con sus amigos y regresará solamente a dormir. Si es que regresa.
Porque ese migrante, antes de serlo, ya tomaba. Y en el Gabacho hizo la licenciatura, la maestría y el doctorado en alcoholismo, muchas veces añadiendo otras “emociones”.
Es aquí donde descubrimos que ese migrante, quizá un indígena de cualquier etnia o un mestizo de cualquier región, desconoce los valores de su propia cultura, carece de una conciencia cultural.
La conciencia es esa parte de nuestro cerebro que nos permite descubrir lo que nos rodea y los fenómenos que en el mundo suceden. Tomar conciencia de un hecho, una acción, un peligro, una idea (del pasado, del presente o del futuro) significa salir de la inconciencia cotidiana (vivir diariamente) y poner en estado relevante tal acontecer que se introduce en nuestra vida mediante nuestras capacidades de percepción.
El estado conciente no es constante, no tiene permanencia. Somos personas que residimos en la inconciencia y sólo en determinados momentos accedemos a la conciencia. Esto quiere decir que se requiere un acto volitivo (de la voluntad) para despertar a la conciencia.
Aunque el despertar de la conciencia sea más parecido al título de un libro o una película, es una metáfora que describe el hecho de que permanecemos más tiempo dormidos (o en la ensoñación que permanentemente nos mantiene con los ojos abiertos pero sin ver en realidad) que despiertos.
El acto conciente requiere no sólo la participación de la voluntad, sino un conjunto de experiencias, recuerdos, conocimientos, participación de nuestros sentidos y nuestras inteligencias para poder evaluar lo que la conciencia quiere conocer.
Cuando una persona se desmaya se dice que pierde el conocimiento o la conciencia, que está inconciente. La generalidad del tiempo vivimos en ese mismo estado inconciente. Nacemos con conciencia pero no es algo que funcione automáticamente. Al principio será el instinto el que encienda de vez en cuando a la conciencia, que poco a poco va adquiriendo la posibilidad de encenderse ante ciertos hechos, personas, ideas.
Nuestro estado natural es la inconciencia y muchas de nuestras experiencias y conocimientos son adquiridos inconcientemente, tanto en contacto con la realidad como en el hogar, escuelas, universidades, centros de trabajo, reuniones de amigos, etc. Se puede decir que todo el tiempo estamos aprendiendo, pero al no ser un acto conciente, muchos de esos conocimientos están aguardando para aparecer al ser requeridos por la conciencia. A mucha gente le llama la atención que dentro de sí hay conocimientos que no sabía que los tenía.
Pero hay estados avanzados de la conciencia. Uno de ellos es el de la conciencia cultural.
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