
El Heraldo de Chihuahua
15 de agosto de 2009
Hoy alberga a uno de los tantos comercios que dan vida y sustento a la famosa calle Libertad, pero en la antigüedad la propiedad de hermoso diseño perteneció a una familia de gran importancia para la entonces naciente economía de la capital, la familia Prieto.
Las casas que aún quedan en la calle Libertad son el vestigio de lo que Julius Froebel señaló en 1952 en su obra "Siete años de viaje en Centroamérica, norte de México y lejano oeste de Estados Unidos", al concluir que "el trazado de la ciudad, con sus bonitas calles y hermoso edificios, es el testimonio de un esplendor de antaño, y aún en su presente decadencia es, en conjunto, más linda que cualquier ciudad en Estados Unidos".
En la antigüedad las calles de Chihuahua eran nombradas de acuerdo con hechos importantes que hubieran sucedido en ellas, y la Libertad fue llamada así porque en el siglo XVIII había una pequeña cárcel ubicada en la lateral del actual Palacio Municipal, por donde los presos tenían que pasar al obtener la ansiada libertad. Sin embargo, en un tiempo la calle, como era la costumbre de antaño, dividía su nombre en fragmentos; a la altura del Palacio de Gobierno y Casa Chihuahua era llamada "De la canoa", ya que por ahí pasaba un arroyo; en otros tramos se conoció como "Del Perico", "De Matamoros", "De la Botica Antigua", "De la Libertad" y al otro lado "De San Francisco", hasta que en 1836 el Ayuntamiento, entonces presidido por José María de Irigoyen, reordenó la nomenclatura y la calle Libertad conservó su nombre en toda su longitud.
Actualmente la calle Libertad es el punto comercial por excelencia, amén de los grandes comerciales, ya que ofrece en un solo lugar una gran diversidad en los productos que la sociedad demanda, desde ropa y calzado hasta regalos y comida. Antes la calle albergó a varias residencias, como la Casa Creel, que se ubica en la misma rúa donde también se encontraba el desaparecido Teatro Betancourt, y la misma casa de la familia Prieto, que fue construida en 1901 y posteriormente albergó al negocio mueblero Salinas y Rocha, hasta que se convirtió como hasta ahora en una tienda de telas. Las piezas arquitectónicas del centro, que dan cuenta de una época pujante en cuanto a economía y estética, datan del siglo XIX y son construcciones que sobrevivieron a épocas difíciles de guerra, como la Revolución Mexicana, por ejemplo. Así, varios negocios que dominaban el paisaje desde 1800 han quedado tan sólo para la historia a través de las fotos del recuerdo, o de contados documentos como el del grabador francés Phillippe Rondé, quien señala cómo operaban los negocios, cuya actividad comenzaba a las dos de la mañana. A mediodía cerraban para comer y después de dormir la siesta abrían a las cuatro de la tarde. Las calles quedaban desiertas durante la hora de la comida; costumbre que sobrevive incluso en algunos puntos del estado.
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