En un comunicado, la institución que preside Consuelo Sáizar recordó a Gutiérrez Nájera como poseedor de una peculiar creatividad que lo llevó a incursionar en diversos géneros y corrientes literarias.
Gutiérrez Nájera, poeta, escritor modernista; periodista y autor puntual de la crónica teatral, nació el 22 de diciembre de 1859, en la capital mexicana, en el seno de una familia de clase media.
De su producción literaria destacan Hojas sueltas (1912) y Cuaresmas del Duque Job (1922) , Cuentos frágiles, Poesía y La serenata de Schubert y Mis enlutadas.
Sus poemas más conocidos son: Para entonces, La duquesa Job, De blanco, Ondas muertas, Para un menú, Mis enlutadas, Ultima necat, A un triste y A la corregidora, entre otras.
De acuerdo un ensayo de la investigadora Yolanda Bache Cortés, «su renombre en el panorama de la literatura mexicana ha quedado circunscrito a su obra narrativa y en verso; sin embargo, la vasta labor del cronista teatral constituye una valiosa fuente auxiliar para conformar el panorama cultural del México de la segunda mitad del siglo XIX».
Gutiérrez Nájera, argumenta la estudiosa, es, a través de sus crónicas teatrales, perfectamente consciente del poder de la palabra escrita, del valor de su propia palabra y de la necesidad de una renovación, de la presencia de una nueva prosa artística, plena de sugerencias y de matices que revaloren los conceptos, despierten la imaginación y enriquezcan las ideas.
Conocido como El Duque de Job, uno de sus más célebres seudónimos, se le define como «especie de sonrisa del alma» por la gracia sutil de su estilo, elegante, delicado y con ternura de sentimientos. En el fondo fue siempre poeta romántico.
Precursor del modernismo en México, además de poesía, escribió crónicas de teatro, crítica literaria y social, notas de viajes y relatos breves para niños que después se compilaron en dos libros: Cuentos frágiles (1883) y Cuentos color de humo.
En 1894 fundó, con Carlos Díaz Dufoo, la Revista Azul, publicación que fue punta de lanza del modernismo mexicano durante dos años.
Gutiérrez Nájera tuvo gusto por lo afrancesado y lo clásico, como era habitual en los intelectuales mexicanos y la alta sociedad de su tiempo. Nunca salió de México, y en pocas ocasiones de su ciudad natal, pero sus influencias son europeas: Musset, Gautier, Baudelaire, Flaubert, Leopardi. Siempre anheló unir el espíritu francés y las formas españolas.
Su madre, añade la investigadora, había sido una ferviente católica empeñada en que su hijo fuera sacerdote, de ahí que le impusiera la lectura de los místicos españoles del Siglo de Oro y la formación en el seminario, influencia que se vio compensada por la fuerte corriente positivista de la sociedad de la época que pugnaba en sentido contrario.
Gutiérrez Nájera abandonó el seminario a los pocos años, y cambió a San Juan de la Cruz, Santa Teresa y Fray Luis de León, que no obstante siempre influirían en su obra, por los autores franceses del siglo y por la práctica cotidiana de la literatura en periódicos locales como El federalista, La libertad, El cronista mexicano o El UNIVERSAL.
Según sus biógrafos, la poesía de Manuel Gutiérrez Nájera siguió inicialmente modelos de Gautier y Musset para inclinarse, en su madurez, por los parnasianos y por algunos asomos al Simbolismo y al Modernismo, al que le abrió las puertas en su Revista Azul.
A decir de los críticos, Gutiérrez Nájera defendió lo permanente y válido de la tradición literaria española a la que, como mexicano, prolongaba, aunque, animado de una oportuna intención paródica, incrustara giros y palabras francesas en algunas de sus composiciones.
En su obra no falta la gracia, por lo que dejó exquisitas recreaciones frívolas del espíritu francés, aunque adaptadas a ambientes o realidades personales y mexicanas. A decir de los especialistas, no fue un revolucionario en las formas y, cuando más, se limitó a introducir nuevos esquemas acentuales en los métodos tradicionales.
Lo que sí, fue un avanzado en el ajuste idóneo de un lenguaje colorista y suavemente musical, de un lado, puesto al servicio de la expresión de un dolorido mundo interior, tejido por la melancolía, y de una visión enteramente subjetiva de la realidad exterior.
Aunque Gutiérrez Nájera se destacó en su tiempo entre los iniciadores del modernismo hispanoamericano, sus obras tuvieron muy escasa divulgación en España en su época.
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