Educando para el arte
Por Víctor Velo
Revista Contra
11 de mayo de 2013
Chihuahua, Chih; Mx
A mi madre, por supuesto.
Donde hay instrumentos musicales, hay músicos. – Dijo el maestro Roberto Ransom en medio de su clase. Esa frase quedó sentenciada en mi cabeza sin removerse hasta el día de hoy y haciéndome pensar en cuál será mi función como padre el día que esto llegue. El maestro evidentemente se refería a que la educación artística se promueve en un ambiente propicio para ello, olvídese del seminario de arte, la institución educativa o el instructor particular, no, el primer paso para una educación artística efectiva es el hogar.
Yo fui un niño con más suerte de la que merezco. Claro, eso no lo supieron mis padres hasta que era demasiado tarde. Sin embargo, digo que tuve suerte porque mi casa siempre estuvo repleta de libros y películas. Por ende, para mí fue algo familiar la idea de que para matar el aburrimiento uno podía leer un cuento o sentarse a ver la Bella Durmiente por setentava vez. Mis padres iban al teatro, al cine y a espectáculos masivos, no eran hippies ni nada por el estilo, pero sí tenían un gran amor por el arte, mismo que conservan hasta el día de hoy.
Crecer de esta manera hizo que mi vida transcurriera en torno al medio artístico sin darme cuenta. Por supuesto nunca faltaron más actividades como la informática (que abandonaría veinte años después), o los deportes que sigo mirando, practicando y emparentando con mi quehacer artístico. Pese a esto, el gusto por el arte provino de una enseñanza que se me dio sin querer, de una cotidianeidad inmersa de estos menesteres y con la que la convivencia se volvió adictiva.
¿Por qué contarle esto, mi buen lector? Además de hablar sobre los primeros motivos que hoy día me tienen escribiendo, esto busca ser una invitación a dejar de saturar con órdenes y consignas a nuestros niños para que lean, escriban o aprendan un instrumento. Sepa que es el peor método y está comprobado por este servidor.
Recuerdo que yo no pude tocar la guitarra cuando fui a clases con un pedante maestro que pretendía hacerme tocar bolero ranchero, cuando yo estaba entusiasta y atento con la última canción lacrimógena de Magneto. Pasaron los años mientras miraba con desencanto la guitarra que había quedado guardada en el rincón de mi habitación con la deshonra de no saber tocarla; luego las muchachas empezaron a gustarme y aprendí por mera convicción de la mano de mi buen amigo Internet. Cuánta razón tenía el maestro Ransom: donde hay instrumentos, hay músicos. Donde hay muchachas, hay disposición.
Hoy en día observo a las madres de familia batallando tremendamente para que sus hijos puedan leer más de una hoja al día, al menos para cumplir con la tarea. Curiosamente son las mismas que quejan de los infantes pero en su casa no tienen más letras impresas que las encontradas en la Tv y Novelas del año 2001, que sigue despintándose en el baño. ¿Así cómo es posible que el niño sienta algún interés por leer?
Esto se aplica en todos los rubros de arte (y también en los que no le pertenecen), comprenda, adulto despreocupado, que usted representa una inspiración para su hijo. Él realmente lo ve como un héroe, quiere hacer las cosas que a usted le gustan, entonces tiene que hacerlas usted primero. Y de aquí comienza a derivarse un problema social más grave: si el infante observa que su padre pone narcocorridos cada día en casa y hace apología de los infames que están destruyendo la patria ¿qué espera que aprenda? Evidentemente el pequeño observador ve con buenos ojos esto y sigue propagando el gusto por la muerte en formato .mp3
Edúquese para poder educar, dedique un tiempo en su hogar para saber que tiene las herramientas necesarias para hacer que los que vienen detrás se motiven a aprender sin latigazos ni regaños. Haga que surja el gusto por crear, no lo fuerce, que de artistas inventados ya tenemos bastantes. Hasta la próxima vez que se abra este telón de revistero… digital.
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