Cuando recién daba mis primeros pasos conociendo los devenires del rubro escénico, me encabronaba realmente que la gente se saliera del teatro. No concebía cómo es que alguien podía despreciar el trabajo que el siempre sufrido artista realizaba con dedicación y respeto al público asistente. Luego seguí yendo a más obras y me di cuenta que muchas veces estaba justificado salir de la función a la mitad de la misma.
Voy a tocar un tema delicado para el teatrista susceptible (también los otros artistas quedan en la categoría), pero que considero necesario para seguir fomentando –desde la comodidad de mi estudio- la creación de espectáculos de calidad; este tema ha sido visto por todos los que hemos hecho teatro o asistido a una obra del mismo, así pues creo que el lector entenderá a la perfección ese incomodo momento donde se levanta una persona de su asiento para dirigirse a la salida ante los ojos desaprobatorios del demás público asistente y, a veces, de los mismos actores.
¡Hoy abogo por el derecho del público a salirse del teatro! Sí, mi buen lector, contra todas las normas establecidas por nuestras quisquillosas y sensibles leyes teatrales, yo le invito a usted, público fiel, a salirse del teatro, a retirarse de algo que no le interesa o que no se ha esforzado por interesarle. Es más, hasta a escupir al suelo –cual película Western- antes de retirarse. Por supuesto, todo ello si el espectáculo no le gustó.
Porque es muy fácil retirarse cuando uno va sin las ganas de ver tal o cual obra, representación, acto o lo que la diosa posmodernidad nos mande; es fácil decir: al cabo yo ni quería venir. Y ahí, hasta se le pide que no vaya. Pero cuando el espectador está entusiasta y atento, esperando con fervor la obra que el bienamado Facebook nos informa es hoy y va con toda la disposición de ver un espectáculo bien hecho, bueno, ahí no se vale fallarle. Y no es permitido hacerlo dándole un show de primero de primaria donde podemos ver a nuestros amiguitos actuar, o lo que es peor, a desconocidos para nosotros jugando a que actúan. En ese momento, el creador teatral está no sólo sugiriendo sino invitando al público a que retire sus adorables posaderas del asiento.
Y seguramente me dirán, “hay que aguantar hasta que la obra acabe por respeto al actor o actriz”, pero yo preguntaría ¿y dónde está el respeto al público que finalmente es el que nos paga la entrada y hace que el espectáculo tenga razón de ser? Porque es muy fácil culpar a los veintitantos que se salieron de la función, pero no hacer una crítica (constructiva se puede) a los cinco que no supieron mantener atentos a esa veintena de personas que quizás –y sólo quizás- tenían ganas de apreciar el espectáculo.
En nuestra ciudad corre por el viento el grito exasperado del incomprendido creador artístico alegando que no existe público para nuestro trabajo, pero nadie dice que no se está fomentando. Atrapados en la eterna justificación del “no entendieron la obra” vemos cómo la gente sigue abandonado los teatros, sin saber que quizás esos caminantes son los que llevan la razón.
Por eso digo: Público, exija buenos trabajos y de no ser así abandone la función. Sí, también las que este servidor haga. Al menos sabremos que aún nos falta crecer más como artistas y bajarnos de la nube de los críticos del espectador. Tontería gigantesca criticar a quien no disfruta nuestro espectáculo.
Pero que no se malentienda esto como una invitación a desistir en los primeros minutos. Mi buen espectador, dé la oportunidad a la obra de que crezca y se desarrolle, déjela madurar, si ve que después de una hora esto está perdido siéntase libre de abandonar la función. El mismo Patrice Pavis decía que una obra con más de noventa minutos espanta a cualquiera que no esté resignado.
Es claro que el gusto es distinto para cada persona y lo que a mí me puede parecer aborrecible a otro le puede fascinar. Recuerdo una ocasión en que fui a ver una película de Adam Sandler denominada “You don’t mess with the Zohan.” La odie. Fácilmente podría colocarla entre las diez peores películas que he visto. Por ende me salí del cine (cosa que no hago muy seguido, tampoco del teatro a menos que lo amerite). Sin embargo, hubo un detalle que me hizo pensar mientras rodeaba a un tipo de comía palomitas plácidamente y reía a carcajadas de las desventuras de los personajes: “hay gusto para todo” me dije. Pero, ¿qué hubiera pasado con una comedia mejor lograda? (comedia en la misma línea, nada de esa comedia fina que pocos pueden alcanzar) pienso que el individuo de las palomitas hubiera reído mucho más y yo no me había salido. ¿Y si lo intentamos con el teatro a ver qué pasa? Hasta la próxima vez que se abra este telón de revistero… digital.
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