Cuando empecé a tener mis primeras nociones estéticas en cuanto al arte, surgió para mí una disyuntiva que al pasar del tiempo sigue generándome conflicto: ¿El arte se hace sólo por satisfacer un gusto personal, para mostrar forma y capacidad artística, o bien, tiene una función social adherida a él, que pretende cambiar a la colectividad de los habitantes con quienes convive o al menos a los que vean el trabajo? En estética estas dos formas de ver la obra se conocen como el “arte por el arte” y “arte comprometido”, denominaciones que parecen simples pero que en realidad acarrean más de un problema entre los creadores y los visores del arte.
Personalmente me inclino por la funcionalidad que la obra pueda tener para repercutir en la sociedad. Sin embargo, hay muchos creadores que prefieren crear espectáculos, libros y obras en general que no tengan más relevancia que la obra misma y la experiencia estética que ésta pueda ofrecer. No digo que alguna de las posturas esté mal, pero trataré de abogar por lo que considero debe seguir el tema que abordamos.
Se dice mucho que el artista y su trabajo son inútiles para una sociedad. Además de la tremenda mentira que esto representa por sí misma, lo cierto es que no hemos hecho demasiado por cambiarla. Vemos regularmente creaciones que no pasan de ser una mera forma de algo que a todas luces está inacabado, un esbozo apenas logrado de lo que se supone sería la obra de arte, una muestra débil del potencial artístico.
Porque es muy válido hacer un obra que no diga más de lo que es, que se muestre sólo por la belleza de sus imágenes o sus palabras, lo cierto es que no es fácil lograr este cometido y es muy manifiesto cuando no se llega a tal fin y terminan exponiendo verdaderas porquerías que no tienen ni el mínimo fondo para salvarse.
Dejando de lado los intentos fallidos por estos artistas de la forma, vayamos a la otra orilla de la situación: el arte comprometido. De pronto usar el término puede ser muy arriesgado, cuando se habla de compromiso en el rubro de las artes lo primero que viene a la mente es un grupo de violentos izquierdistas lanzando consignas al gobierno, cuando esta descripción es insultante y muy limitada para lo que realmente termina siendo el arte, también llamado, social.
Pienso que el creador tiene una obligación con la sociedad que, para bien o para mal, lo ha formado. En un mundo –y en nuestra sociedad principalmente- corrompido por situaciones que ya rayan en el surrealismo, la salvación más próxima para al menos entenderlo, es crear una conciencia activa en la ciudadanía que lo interprete y trate de resolverlo. Esta descomposición social es lo que hace que el artista tenga material de trabajo a montones, véalo de esta manera: sin nuestra circunstancia de vida no podríamos –ni tendríamos por qué hacerlo- hablar de un mundo disfuncional. Así pues, con un sistema social deleznable -y ahora hablo de México-, regido por tantos gobiernos que han resultado incompetentes y una sociedad que no parece querer que las cosas cambien, resulta necesario que el artista (quien –supuestamente- está un poco menos cegado por la conformidad) despierte a la ciudanía con su trabajo creador, ya no sólo de imágenes sino de conciencias activas y funcionales.
Mi frase favorita –y slogan de mi compañía- es “El teatro no se hace para mostrar las cosas, se hace para cambiarlas”, de Vittorio Gassman. Siguiendo esta línea, vemos de forma –es cierto- muy romántica cómo es que se concibe que debe ser la aportación del escritor, del teatrista o del pintor para con su entorno. De pronto alcanzar estos niveles es tremendamente complicado, ya que –en un hipotético e ilusorio mundo- si el creador alcanza a despertar la conciencia de quienes ven su obra terminada estará dando apenas el primer paso en la carrera al cambio, el segundo lo tendrían que dar los espectadores y, siendo totalmente honestos, esto no pasa.
Vemos trabajos excepcionales con vías a recuperar un México que cada vez se ve más perdido, vemos al público salir entusiasta de ellas, pero también observamos cómo es que a medida que sus pasos avanzan fuera del espectáculo todo esto se va perdiendo y ese compromiso que el artista tenía se ha perdido por completo en la falsa preocupación del espectador apático y sin un verdadero sentido de unidad.
En la medida que tengamos más ciudadanos (ya no sólo artistas), que se sientan comprometidos tanto para crear, como para ver cosas que despierten a un pueblo adormecido entre discursos patéticos y falsas promesas, el país podría cambiar. En tanto esto no suceda, seguiremos atados a la cruel desgracia del conformismo. Hasta la próxima vez que se abra este telón de revistero… digital.
24 de mayo de 2013http://revistacontra.com/2013/05/la-funcion-del-arte/?utm_source=Contra+Suscribers&utm_campaign=8df82c3253-RSS_EMAIL_CAMPAIGN&utm_medium=email&utm_term=0_062fc83a56-8df82c3253-266803341
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