Es Villa, tan grande, y el villismo tan
apasionante, que tratar el tema, es sumamente complejo. Es, para no dar
muchas vueltas a la definición “un tema caliente”. La cosa es lógica:
las hogueras de los resentimientos o de los odios, nacidos en una
Revolución Social en la que intervino todo el País y que dejó el trágico
saldo sangriento de más de un millón de almas, no se apagan aún por
muchos rumbos de este amado País nuestro que sigue siendo “Tan grande
todavía, que el tren va por la vía como aguinaldo de juguetería. Así, se
habla impetuosamente en contra o a favor (poco a poco los admiradores
de Villa van formando legión, a pesar de la intensísima propaganda de
los explotadores de todos los tiempos por anular la figura del Centauro,
de este personaje, tan famoso, tan pintoresco, de tan soberbia
personalidad, que se antoja se ha escapado ya de las páginas de la
Historia, para entrar triunfante, entre salvas de fusilería en el campo
de la leyenda.
Si, tan definitivamente fuera de serie, que
no ha encontrado aún autor capaz de hacerle su biografía. Y así, cuando
los villistas hablan, entusiasmados, ante un auditorio ávido de saber
“todo lo que se pueda” del Guerrillero Non, no dejan de contemplar caras
avinagradas que con movimientos significativos de cabeza, están
desaprobando los subrayados que se hacen, del talento militar de Villa, o
en su estupenda intuición de estratega.
Francisco Villa, fue, es y seguirá siendo,
Ave de tempestades y signo de contradicciones. Seguirá siendo, ser
conflictivo, hombre de aventuras inverosímiles, en las cuales la nobleza
y los actos bajunos, se dan la mano, mientras los elogios más
elocuentes pronunciados por escritores autorizados, rebotan,
estrellándose, con los vituperios más enconados, o los adjetivos más
sucios y denigrantes.
Sabrá Dios, cuantos lustros o cuantas
décadas, habrán de transcurrir para que se juzgue, sin olvidar ni las
reglas ni la realidad, ni el momento y el espacio en que actuó la figura
extraordinaria de quien, al correr de los años, ha llegado a ser un
mexicano universal, del que se habla constantemente y no por cierto con
la indiferencia con que se hace con muchos artistas, muchos soldados,
muchos escritores o muchos políticos.
El mismo nombre de Villa tiene algo de
extraño, como imán misterioso que hace arder la sangre, para bien o para
mal, cuando se transforma en grito desgarrador en labios de “La Raza”…
En la Coyotada nació un Genio: Doroteo
Arango ( nombre que parecía provincial, y como pegado al dueño con
alfileres) se transformaría en Francisco Villa, cinco silabas que serían
como clarín que convoca a batallas gloriosas. Nació el 5 de junio de
1878, en el Rancho de la Coyotada, correspondiente al Municipio de San
Juan del Río, en el extenso e Histórico Estado de Durango. Su niñez fue
la normal, si normal se le puede llamar en México, a que los hijos de
los campesinos, nazcan y empiecen a crecer, tuteándose diariamente con
la miseria y mirando y mirando en su horizonte, solamente nubes cargadas
de presagios grises. Naturalmente que sus padres, ni por asomo,
pensaron que un día aquel muchacho obediente y trabajador, sería un
huracán incontenible, un líder social que trataría de vengar,
implacable, a los desposeídos, los cuales por siglos, solo supieron de
la desesperanza, del pan enjuto y de la amplia explotación del amo.
Desde que inicia su adolescencia, tuvo por compañera inseparable a la
aventura. Como si el destino se hubiera encaprichado en prepararlo, a
golpes de sufrimiento para altas responsabilidades.
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Eterno
caminante a caballo, iba acumulando puntos para llegar a ser “El
Centauro”, título que le habría de venir, como anillo al dedo. De esos
días, apretados de penas, de subir y bajar sierras, cuidándose cada
segundo de la acordada, arranca la leyenda del nombre: que si lo escogió
por el abuelo… que si por agradecimiento a algún bandolero célebre… que
si por que le dio la gana. Para el caso es igual. No es el primer
hombre célebre ni será el último en nuestra tierra, que mude de nombres,
para el nuevo, hacerlo famoso. ¿Ejemplos? ¿No bastaría el de Guadalupe
Victoria nuestro primer Presidente? ¡Y cómo va, del eufórico nombre
seleccionado con el de Manuel Félix Fernández.
Alfonso Escárcega/julio 1978
Sociedad Chihuahuense de Estudios Históricos
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