Miguel Sosa reivindica la precisión y la belleza de un vocabulario amplio en su libro, "un cultipicaño contra la estulticia". ¿Un qué contra la qué?
"Ínclitas razas ubérrimas", escribe Rubén Darío al comienzo de su 'Salutación del optimista'. Miguel Sosa era un niño cuando se encontró con este primer verso y solo entendió la palabra razas. La curiosidad lo llevó a coger el diccionario y buscar el significado de ínclitas y ubérrimas y desde ese momento ya no se separó de él.
La pasión por las palabras se convierte en el "cultipicaño" 'El pequeño libro de las 500 palabras para parecer más culto' (Alienta), "un pequeño paso a favor de la lectura y un gran paso en contra de la estulticia", en palabras del autor. 500 palabras ejemplificadas con citas literarias de más de doscientos autores y doce premios Nobel, 500 palabras que conocía y que reunió a partir de los vocablos que cada mañana mandaba al grupo de 'whatsapp' de sus amigos. Y para parecer, porque según Miguel Sosa el título conlleva su crítica social: "Antes la mujer del César tenía que ser honrada y parecerlo. Ahora el hábito hace al monje".
Su palabra preferida es "vagido", el llanto de un bebé, pero también le gusta "evanescente", como la condición del ser humano. La que más fea le parece es "clinero", persona que vende por la calle pañuelos de papel, aunque "pasagonzalo", golpe pequeño dado con la mano y, particularmente, en las narices, admite que "tiene su guasa". "Cederrón" le suena horrible, y no es más que la castellanización de CD-ROM. También hay significados que le parecen inadmisibles, como el de "periquear", dicho de una mujer que disfruta "de excesiva libertad". "¿Excesiva libertad? Eso no existe, lo que existe es la privación de libertad", reivindica.
"Estamos perdiendo la curiosidad. Ahora, cuando digo una palabra poco común, rara vez me preguntan por su significado y cuando lo hacen me dicen: ¡Qué pedante! ¿Tu ignorancia es mi pedantería?", se pregunta Miguel Sosa, quien cree que la palabra es anterior al pensamiento y que "la distancia que va de la mente a la boca es la que nos permite no llorar cuando escribimos un texto dramático".
Cervantes en 'El Quijote' empleó casi 23.000 palabras diferentes. Hoy un ciudadano medio utiliza unas 5.000. "Es muy difícil encontrar el término 'uxoricida' en un medio de comunicación y, por desgracia, más de 50 veces al año es noticia. Es un hombre que mata a su mujer. No usar esa palabra nos empobrece. Si reducimos nuestro vocabulario se empobrece nuestro pensamiento y, en consecuencia, somos menos críticos", cuenta con desazón Sosa.
"Hay una drástica y dramática reducción del vocabulario", continúa Miguel, quien cree que la mejor reserva del español está en Latinoamérica. Opina que los medios utilizan el mismo lenguaje estandarizado que se emplea en la calle y, planteada la cuestión de si ante un texto complejo se corre el riesgo de que el lector lo deseche, dice convencido que "cuando uno quiere siempre encuentra una razón y cuando no una excusa porque el diccionario está al alcance de todos".
Sobre las redes sociales también lo tiene claro: "Hay faltas de ortografía en Internet con las que te sangran los ojos, pero el lenguaje lo descuida el usuario y no la plataforma, y cree que la limitación de espacio en Twitter no potencia la despreocupación por el lenguaje sino la capacidad de síntesis. La economía del lenguaje es una de las bellezas del idioma".
Las palabras nacen, mueren y se reinventan. Se introducen nuevas acepciones por los significados que la sociedad les da. Un ejemplo. Petar según la RAE significa agradar, pero actualmente significa lleno (este sitio está petado) o éxito (Silvia lo petó con su nuevo tema). En un futuro, petar tendrá tercera y cuarta acepción. "El diccionario es producto de nuestro tiempo y el lenguaje es como el amor: se hace".
"Querido es amasio, mi novia es mi oíslo y te puedo dar un abrazo o un amplexo. Tus ojos son melifluos, pero él es ojizarco. La rodaja de limón de mi bebida se llama luquete, la espuma de cerveza que de aquel señor es el giste y lo que llevas en el lóbulo son zarcillos, que es mucho más bonita que la palabra pendiente. No hay dos palabras iguales en el castellano, cada una tiene su matiz, y por eso la entrevista con EL MUNDO la señalo en el calendario, pero un viaje con mi novia decorará un mi almanaque".
http://www.elmundo.es/cultura/2015/06/11/557881c0e2704eae1d8b458a.html
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