Publicado por el Grupo Editorial Patria, de México, el volumen de 220 páginas deslumbra desde la mirada inicial, y su presentación fue hoy uno de los acontecimientos de la Feria Internacional del Libro Cuba 2008, cuya etapa habanera transcurre en el Parque Morro-Cabaña.
El ministro de Cultura cubano, Abel Prieto, asistió al debut habanero de esta joya de colección y se deleitó al repasar sus páginas aunque lamentó, con un toque de humor, que no hubiera una degustación de algunas de las exquisitas recetas contenidas.
Las fiestas de Frida y Diego es una aventura emprendida por Guadalupe Rivera y Marie Pierre Colle, en que la primera relata sus recuerdos de la época cuando vivió, junto a su padre y Frida, en la casa azul de Coyoacán.
Eran los años 40 del siglo pasado. "Lo más importante que me sucedió, apunta, fue aprender a ver el mundo a través de la manera de Diego y Frida". Habla de las tertulias en la famosa cocina de azulejos, de un lugar donde lo ínfimo cotidiano era motivo de regocijo.
El libro está concebido como un viaje a través de 12 fiestas tradicionales o familiares, entre las que figuran las posadas navideñas, las del Día de muertos, de la independencia, bautizos, cumpleaños y la gala de los manteles largos.
Comienza en agosto con los festejos de boda de Frida y Diego durante las cuales se consumió un menú digno de Pantagruel, el gigante devorador de Rabelais: sopa de ostiones, arroz blanco con plátanos fritos, huauzontles en salsa roja o verde, chiles rellenos de queso.
Como si fuera poco, mole negro de Oaxaca, pozole rojo de Jalisco, chiles rellenos de picadillo, fríos o calientes. Y flan, para dulcificar las papilas.
Todos los platillos constan de un listado de sus ingredientes y una explicación minuciosa de los modos de juntarlos y convertirlos en una provocación al paladar, un placer anticipado.
Así, mes por mes condimentados por sabores extraños como el caldo miche de pescado, las rajas con crema y jitomate (en lengua nahuatl, ji significa ombligo, lo que equivaldría entonces a tomate de ombligo, en alusión al corazón exterior que cierra la redondez de esa verdura).
Aparece también el arroz bandera, que no es más que un arroz tricolor, que alude a los colores de la bandera mexicana. El pigmento del verde lo ponen los chiles poblanos; en la coloración del rojo deciden los jitomates molidos.
El blanco añade un albor con un añadido níveo de cebolla. Una pincelada.
Con sentido práctico, Rivera Marín señaló que, en el caso del verde, los chiles poblanos podrían sustituir en Cuba con perejil molido. El resultado sería el mismo, dijo, un arroz seductor, delicioso.
Las fiestas de Frida y Diego está guarnecido con fotos que tornan casi táctiles, paladeables, los manjares de típica raíz prehispánica, que tanto Diego como Frida ponían empeño en preservar y mimar.
Como un regalo adicional, reproducciones de las pinturas de Kahlo, imágenes de los utensilios de cocina, de la rosca del día de reyes, imponente; de una copa como una cornucopia repleta de chocolate de molinillo. Merenguitos, champurrados, polvorones.
Rivera Marín trajo en su libro, además del mundo de Frida y Diego, el alma de su país, una reverencia a su identidad, una flor puesta a los pies de sus antepasados.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario