SULTÁN BIN MOHAMMED AL QASIMI
Miembro del Consejo Superior de los Emiratos Árabes y Gobernador de Sharjah.
Formación: Ingeniero Agrónomo, diplomado por la Universidad de El Cairo, 1971; Doctor en Filosofía, con mención en Historia, Univ. de Exeter, Gran Bretaña, 1985. Doctor en Filosofía y Geografía política del Golfo, Univ. de Durham, Gran Bretaña, 1999.
Cargos: Ministro de Educación Emiratos Árabes, 1971-72. Soberano de Sharjah y Miembro del Consejo Supremo de los Emiratos Árabes desde 1972. Miembro de Honor del Centro de Estudios sobre Oriente Medio y el Islam, Univ. de Dirham, Gran Bretaña, desde 1992. Presidente de la Universidad de Sharjah y de la Universidad americana de Sharjah desde 1988. Presidente del Consejo de Honor, Servicio Mundial Universitario, desde 1988. Ha sido distinguido con infinidad de premios y reconocimientos y ha editado alrededor de veinte obras sobre diversos temas: históricos, literarios y sociopolíticos.
Fue durante mis primeros años escolares cuando comenzó mi fascinación por el teatro, aquel mundo mágico que me ha cautivado desde entonces. Los inicios fueron modestos, un encuentro casual al que consideré como una actividad extracurricular para enriquecer la mente y el espíritu. Pero fue mucho más que eso al llegar a estar seriamente involucrado como escritor, actor y director de una producción teatral. Recuerdo que fue una obra política que enfureció a las autoridades de aquella época. Todo fue embargado y el teatro clausurado frente a mis propios ojos. Pero el espíritu del teatro no pudo ser aplastado por el peso de las botas de los soldados armados. Ese espíritu buscó refugio y se alojó en lo más profundo de mí ser, haciéndome totalmente conciente del amplio poder del teatro. Fue entonces cuando la verdadera esencia del teatro me impactó del modo más profundo, llevándome a estar absolutamente convencido de lo que el teatro podía hacer en las vidas de las naciones, particularmente frente a quienes no pueden tolerar oposición o diferencias de opinión. El poder y el espíritu del teatro se enraizaron profundamente en mi conciencia a lo largo de mis años de universidad en El Cairo. Ávidamente leía casi todo lo escrito acerca del teatro y pude ver los diversos alcances de lo que se presentaba en los escenarios. Esta conciencia se ha profundizado aún mas en los años subsiguientes mientras he tratado de seguir las últimas evoluciones en el mundo del teatro. Estoy leyendo sobre del teatro desde los tiempos de los ancestrales griegos hasta la actualidad. He llegado a estar agudamente conciente de la magia interior que los muchos mundos del teatro tienen el poder de ejercitar. Es de esta forma que el teatro alcanza las profundidades ocultas del alma y liberan los tesoros escondidos que habitan en las profundidades del espíritu humano. Ello ha fortalecido mi ya imperturbable fe en el poder del teatro, en el teatro como un instrumento de unificación a través del cual el hombre puede difundir amor y paz. El poder del teatro también permite la apertura de nuevos canales de diálogo entre diferentes razas, diferentes etnias, diferentes colores y diferentes credos. Todo esto me ha enseñado personalmente a aceptar a otros tal cual son y me ha infundido la convicción de que en el bien la humanidad se puede mantener unida y en la maldad la humanidad puede ser únicamente dividida. Es verdad que la lucha entre el bien y el mal es intrínseca a los códigos del teatro. Por último, sin embargo, prevalece el sentido común y la naturaleza humana en su conjunto se unirá en si misma a todo lo que es bueno, puro y virtuoso. Las guerras con las que la humanidad ha sido afligida desde tiempos ancestrales han sido siempre causadas por instintos malvados que simplemente no reconocen la belleza. El teatro valora la belleza y uno podría hasta argumentar que ninguna forma de arte es capaz de capturar la hermosura con más fidelidad que el teatro. El Teatro es un receptáculo que abarca todas las expresiones de belleza, y aquellos que no valoran la belleza no pueden valorar la vida. Teatro es vida. Nunca hubo un momento como el actual cuando es de nuestra incumbencia denunciar guerras fútiles y diferencias doctrinarias que frecuentemente levantan sus horrendas cabezas en ausencia de una conciencia real y responsable que las inhiba. Necesitamos terminar con escenas de violencia y matanzas al azar. Estas escenas se han convertido en sucesos cotidianos en el mundo de hoy, solamente agravados por las abismales diferencias entre la perversa opulencia y la abyecta pobreza, y enfermedades como el SIDA que han depredado muchas partes del globo y derrotado a los mejores esfuerzos para erradicarlas. Estas enfermedades son, junto con otras formas de sufrimiento por la desertificación y la sequía, calamidades provocadas por la ausencia de un diálogo auténtico que sería el camino seguro para convertir al mundo en un lugar mejor y feliz. Gente de teatro, es casi como si hubiésemos sido abatidos por una tormenta y obnubilados por el polvo de la duda y la sospecha que se nos están acercando. La visibilidad ha sido casi completamente eclipsada y nuestras voces estridentes pero apenas audibles en el clamor y división intentan mantenernos distantes el uno del otro. En realidad si no fuese por nuestra profundamente enraizada fe en el diálogo tan excepcionalmente manifestado por formas de arte como el teatro, habríamos sido barridos por la tormenta que no deja piedras sin voltear para dividirnos. Debemos encararlos, no para destruirlos sino para levantarnos por sobre la contaminada atmósfera abandonada en el despertar de sus tormentas. Necesitamos aunar nuestros esfuerzos y dedicarlos a comunicar nuestro mensaje y establecer lazos de amistad con aquellos en busca de hermandad entre naciones y gentes. Nosotros somos mortales, pero el teatro es tan eterno como la vida misma.
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