¿Cuál es la diferencia entre un espectáculo traído desde otra ciudad y un espectáculo local? ¿La calidad? No. ¿La producción? Podría ser, pero tampoco. ¿El magnífico talento foráneo? Negativo. La diferencia fundamental es el número de asientos ocupados.
Es simplemente increíble ver las salas de teatro, cuando se cuenta con espectáculos locales, con pocas personas que pueden terminar encantadas con lo que han visto. Luego, en el mismo teatro pero con otra función de un artista mediocre traído del vertedero defeño podemos tener un teatro lleno con el público aburridísimo. Nada que me haya contado nadie, lo vi con varias obras comerciales que me costaron el triple que cualquier obra local y terminé mortalmente fastidiado. ¿Por qué entonces se termina pagando más, asistiendo más y llenando las arcas de los bolsillos ajenos (todavía) más? Por la simple y sencilla razón de la tendencia actual: la bendita mercadotecnia.
Probablemente a mucha de la gente que fue al espectáculo fuereño ni siquiera había ido al teatro en, por lo menos, un año. Quizás sí había ido, pero no tenía el mínimo interés ni en los actores, ni en la temática, ni en el espectáculo en sí. Tal vez ni siquiera tenían la posibilidad de pagar con tranquilidad el boleto ($300 mínimo y muy cerca del techo del Teatro de los Héroes)… Y sin embargo, todos ellos fueron impulsados por un deseo que no sabían a ciencia cierta de dónde venía pero que gritaba exasperado: “debes obedecer, debes ir al teatro, debes comprar los boletos, es la experiencia de tu vida.” Y ahí estaban el día de la función, con su traje de gala, bien peinaditos y mirando feo a quien no tuviera facha para tan distinguido evento (regularmente los que van tan “elegantes” son los que pocas veces se paran en el teatro). Entraron y terminaron aburridos por trabajos que muchas veces no dan para entretener a nadie. ¡Pero a ellos qué les importa! Usted pagó, usted fue, usted se levantó a aplaudirle a cada persona que entraba sin hacer nada, usted ya fue víctima de la mercadotecnia que traía arrastrando ese espectáculo y que ha funcionado de manera perfecta.
Del Teatro de los Héroes transportémonos rápidamente a la salita experimental de cualquier sitio de esta ciudad; catorce personas aplauden el trabajo comprometido de tres o cinco actores conocidos apenas por el medio local. Han pagado —si nos vamos a los extremos más costosos— $100 por un espectáculo de más o menos la misma duración. A ninguno le aplaudieron al entrar a escena y sin embargo les agradecen con un efusivo coro final su salida de la misma. Estas catorce personas son amigos de los actores, del director o, si muy planificado está el asunto, del productor. Quizás uno o dos sean amigos de los amigos. Aquí no hubo un diseño mercadológico adecuado y el espectáculo podría ser obra del mismísimo Peter Brook, pero igual nadie lo vio.
Y es que en un mundo completamente abarrotado de publicidad, promociones y ventas es increíble que el artista no sepa vender su trabajo. Pongo el ejemplo de los creadores escénicos, pero esta es una verdad que va más allá del campo en que se desenvuelvan. Debemos ser muy conscientes de una cosa: No tenemos público porque no lo hemos creado.
No existe, no hay suficientes personas que digan: necesito ir al teatro, necesito comprar tal libro, quiero tener una colección de pintura. ¿Por qué? Porque ofrecemos nuestros servicios como el rarámuri que ofrece mazapanes afuera de cualquier edificio (lo digo con todo el respeto y apegado a la realidad, defensores de los derechos humanos), porque vamos dejando publicidad por redes sociales esperando que eso llene nuestros teatros cuando un pendón bien posicionado abarrota las obras venidas de otros lados. Porque pretendemos que el comprador se cree una necesidad en la que nosotros mismos no creemos.
Tendemos a tachar a la gente de ignorante, malinchista y odiosa cuando no van a ver nuestros eventos y a los foráneos sí, pero en realidad olvidamos que esa misma gente es la que pregunta “¿ah, ya te presentaste? ni cuenta me di” no por falta de interés sino porque en realidad no había forma en que se enterara. Yo, mi buen lector artista, no soy quién para decirle cómo hacer su difusión, cómo manejar recursos ni de qué forma atraer más público. Para eso están los mercadólogos (que tantos hay en Chihuahua), gente que se dedica a eso y donde deberíamos apoyarnos por nuestra falta de conocimiento sobre este tema. Hacer equipo con gente que conozca sobre estas áreas va más allá de pagar un sueldo extra o de reducir trabajo, una mercadotecnia bien hecha asegura un público entrante y eso nos lleva a lo que usted y yo estamos buscando: $_$
No podemos pretender entender todo sobre absolutamente todos los temas que conllevan un espectáculo o una presentación de obra; hagamos equipo con otras disciplinas y dejemos de quemarnos las neuronas que serían más útiles en el campo de la creación. La realidad es que no sabemos vender lo que en la escuela —o en otro lugar— nos han enseñado a crear. Entrémosle al mundo voraz y descarado de la creación de las necesidades y busquemos vender nuestro trabajo como si fuera la necesidad última del ser humano para alcanzar el máximo grado de satisfacción. Hasta la próxima vez que se abra este telón de revistero… digital.
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