Por eso nuestro primitivo acercamiento a las sensaciones lumínicas, que determinan nuestra percepción, nos hace a quienes trabajamos con luz, poseedores de una herramienta de expresión de increíble intensidad y complejidad.
Mi primera aproximación a la luz fue a través de un seminario de escenografía e iluminación que se dictaba en la Escuela de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova (ahora UNA). En esa escuela funcionaba (y hoy día también con grado universitario) un posgrado de artes con especialización en escenografía. Yo egresaba de la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón y de la Facultad de Arquitectura. Estudiaba animación cinematográfica y me fascinaba trabajar con la luz en las maquetas animadas.
En ese seminario fue la primera vez que escuché el término “diseño de iluminación”.
Comencé a trabajar como aprendiz, asistente de Ernesto Diz, en diseño lumínico de obras de teatro, danza y ópera, e incluso en iluminación arquitectónica. Mi nueva tarea fue conectarme con las posibilidades del lenguaje lumínico como herramienta de expresión y comunicación.
Hoy, que me dedico full time a trabajar con luz y a enseñar cómo hacerlo, pienso que en el diseñador de luces deben convivir tres aspectos: sensibilidad, creatividad y conocimiento técnico. Sensibilidad para captar la esencia dramática, creatividad y conocimientos técnicos para expresarla desde el lenguaje lumínico.
En ese sentido, para formar a un diseñador de luces es necesario brindarle conocimientos plásticos y perceptivos que motiven su creatividad visual, conocimientos dramáticos para sensibilizar la captación de la esencia dramática, conocimientos técnicos sobre temas eléctricos, electrónicos y lumínicos, para escoger con asertividad sus herramientas de diseño, y además brindarle la posibilidad de adquirir experiencia sobre los elementos de la luz a través de su operación, manipulación y montaje.
Los conocimientos técnicos requieren dedicación y experiencia, pero es lo más sencillo de conseguir. La cuestión se da en cómo adquirir sensibilidad y creatividad.
La experiencia de sensibilización dramática, para alguien proveniente de la plástica, es casi inmediata.
Cuando se creó la Licenciatura en Diseño de Iluminación de espectáculos en UNA, el gran dilema fue a qué gran grupo pertenecer, ya que podía ser absorbida por el Departamento Visual o el de Artes Dramáticas.
Dado que la especificidad es sobre iluminación de espectáculos, Artes dramáticas permitió el trabajo en taller compartido con futuros actores y directores, que para sus prácticas requerían de una puesta de luces.
Hoy, después de casi 30 años de mis primeras preguntas y búsquedas con relación a la luz, siento que cada trabajo que hago y cada experiencia son siempre un aprendizaje. Y esto me pasa también como espectadora.
Mis “artistas de la luz” favoritos son Olafur Eliasson y James Turrell, quienes usando el lenguaje lumínico, crean instalaciones artísticas donde lo visual adquiere una dimensión sensorial muy particular y en algunos casos espiritual. Recurren a la luz como quien se vale de la arcilla, el mármol, el óleo o el video.
Manipulando la luz Turrell crea trabajos que amplifican la percepción. No hay objeto, no hay imagen. Son instalaciones que activan una atención perceptiva que promueve descubrimientos. Turrell espera llevar al espectador a un estado de autorreflexión en que pueda verse a sí mismo mirando. La ilusión es desestabilizadora e hipnótica, porque su intención es provocar sensaciones que lleven al observador a un grado de percepción primitivo, esencialmente prelingüístico, casi una experiencia de pensamiento sin mundo. Y esta posibilidad es la que me hace seguir indagando en este camino plagado de sensaciones sin preguntas específicas, con la luz como herramienta y como guía.<
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