Dueño de un talento singular, prefería enfrentarse a las cintas como un escritor a la página en blanco, para traducir en el teclado la impresión viva de lo que veía en pantalla por primera vez. Las notas, afirmaba, las tengo en la cabeza.
Su nombre está asociado a los filmes de Charles Chaplin, Greta Garbo o Emil Jannings y a las joyas del expresionismo alemán como Metropolis o El gabinete del doctor Caligari, de Fritz Lang, cuya atmósfera sombría, dramática o de suspenso solía reflejar como pocos.
Empezó a incursionar en este arte a los 17 años, primero como una vía para sufragar sus estudios de música, y gradualmente se entregó en cuerpo y alma a este trabajo hasta convertirlo en una pasión.
Con el advenimiento del cine sonoro, se vio obligado a dedicarse a la composición y la dirección coral o de orquesta. En los años 70, cuando comenzaron a proyectarse en Berlín películas de cine mudo, retornó a su antigua profesión.
Al cumplír 100 años en 2004, los organizadores del festival de Berlín le entregaron un Oso de oro especial, a modo de homenaje. Con él se apaga una leyenda.
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